Salimos de Oviedo con sol y llegamos al puerto del Huerna con una ligera ventisca. Paramos en una gasolinera para repostar y, una ráfaga juguetona de aire, le arranca la gorra a mi hermanín y le deja la cocorota a la intemperie. Vaya empezamos bien, todo le ocurre a él, hasta el viento tiene que machacarlo,...por si fuera poco, la manguera de la gasolina...nada, que no mea...que se atasca...
- Me cago en la madre que la...esta hija de...no escupe la cabrona...me estoy congelando y no acaba de mear.
Las voces de mi hermanín hicieron que me asomara a la ventanilla, justo en el momento en que sacaba la manguera del depósito, muy cabreado, y la sacudía frenéticamente.
-¡Mea cabrona!, que ya estoy harto de papar frío.
Vaya si meó, casi me rocía la cabeza de gasolina si no me aparto. Volvió a encajarla en la boca del depósito y meó hasta el final. ¿Os imagináis la escena?
A medida que nos acercábamos a Albares, una niebla de aguanieve y unas pavesas blancas nos daban la bienvenida pegándose al parabrisas del coche.
-¡Uyuyuy!, -me asusté-.¿Y si quedamos atascados y no podemos volver?
-¡Que va!, no os preocupéis-, dijo Carlitos con una cara de absoluta tranquilidad-.Con este coche de mi hijo, con ruedas de tacos especiales para la nieve, pasamos aunque caiga medio metro.
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